Nuestro paso por Fez, fue un auténtico viaje en el tiempo, pero no sólo por el entorno que fácilmente nos hacía creer que estábamos habitando varios siglos atrás (como en la mayoría de Marruecos); sino porque también viajamos al pasado de nuestra propia vida y por cinco días volvimos a ser (casi) adolescentes.
Pero antes, el que avisa no traiciona: ¿qué es este posteo?
Esto es un relato de nuestras experiencias y es 100% subjetivo. Si lo que buscan es información práctica y útil para viajar por Marruecos, con estadísticas y los datos concretos, pueden encontrar todo eso y mucho más en este posteo: Marruecos: guía práctica para viajeros (haciendo click acá).
Volviendo a Fez…
Para los que recién nos están conociendo, les cuento que cuando llegamos a Fez, teníamos 32 años (Noe) y 35 años (Omar), así que la adolescencia hacía tiempo que había quedado atrás. Pero en Fez, por las vueltas de la vida y del Couch-surfing, pasamos cinco días con un grupo de amigos de entre 18 y 20 años, que nos hicieron parte de su banda en un minuto. Gracias a ellos nos sumergimos 100% en la vida local, aprendimos palabras en árabe, mucho sobre el Ramadán que estaba próximo a empezar, compartimos riquísimas comidas, y vivimos la famosa hospitalidad marroquí en su máxima expresión.

El comienzo de la historia tiene lugar un par de semanas atrás con Abdel, un marroquí de 24 años nos había recibido en su casa en la medina de Tetuán, a través de Couch-surfing (pueden leer todo sobre esa, nuestra primera experiencia haciendo Couch-surfing en Marruecos -y en el mundo- haciendo click acá). Antes de irnos y como teníamos todo el viaje por delante, Abdel nos dijo que quizás podía ponernos en contacto con amigos que podrían hospedarnos en otras partes de Marruecos.
Cuando le avisamos que estábamos yendo a Fez, no tardó en ponernos en contacto con Intrissar, una de sus amigas por aquellos lares, para ver si podía hospedarnos. Ella tenía toda la buena voluntad del mundo, pero aún vivía con sus padres y ellos dijeron que no.
Pero esta cadena de favores marroquí no terminó ahí, sino que recién estaba empezando. Intrissar preguntó entre sus amigos y así fue que Njema, que hacía menos de una semana había empezado a “vivir sola” se ofreció para recibirnos en su casa. Cuando nosotros nos enteramos de esto, vía chat con Intrissar, no lo podíamos creer. Nos parecía de otro mundo que ella hubiera hecho todo esto por nosotros cuando ni siquiera nos conocía y no tenía ninguna obligación.

Las comillas que puse más arriba con respecto a lo de “vivir sola”, se deben a lo que iríamos descubriendo con el paso de los días: Njema vivía sola, si, pero al ser la primera de su grupo que estaba en esta posición, su casa funcionaba como punto de reunión de la banda durante 24 hs. Estábamos en el corazón de la acción.
Retomando con la historia: llegamos a Fez cerca de las 10 de la noche. Nos encontramos con Njema, Hamza, Zaid y Adnan en un café en el que nos citaron y después de una brevísima introducción, se cargaron con nuestro equipaje y emprendimos camino a casa. Njema hablaba árabe y francés pero no inglés, así que Hamza y Zaid que lo hablaban perfectamente oficiaron de traductores. En el medio paramos en una carnicería, donde nuestros jóvenes anfitriones compraron carne para prepararnos kofta (albóndigas de carne picada con salsa de tomate), que comimos todos juntos, sentados sobre mantas y almohadones en la terraza, con la mano y mucho pan, al estilo marroquí. El video de abajo fue de otra comida que compartimos en la casa de Njema, una de las pocas que fue con tenedor, pero muestra bien a qué me refiero con esto de “estilo marroquí”. También muestra la manera en que no entiendo nada cuando los chicos hablan en árabe, ja! Pasen y vean…
Nosotros seguíamos sin poder creer la situación. Esa hospitalidad inmensurable y más viniendo de gente tan joven nos parecía de otro planeta.
Como si semejante recibimiento fuera poco, Njema nos dejó su cuarto y su cama, para que tuviéramos privacidad y todo el resto de la banda se acomodó en el living de la casa, con mantas en el piso y en el sillón.
Cuando nos despertamos al día siguiente y abrí la puerta de la habitación fue como tener 18 años de nuevo y estar en esos días que no queremos que se acaben nunca, cuando todos tus amigos se quedan a dormir en tu casa, para seguir estando juntos al día siguiente.
Un rato más tarde llegaría la próxima sorpresa: resulta que los viernes en Marruecos, son los días en que se come cous-cous (vendría ser algo así como los ñoquis del 29 en Argentina, sólo que esto es todos los viernes del año). Y no sólo se come cous-cous, sino que se acostumbra a hacer bastante extra de lo necesario y regalar a vecinos, amigos o familiares.
Ese día era sábado, y mejor aún, porque ese día extra le permitió al cous-cous de la mamá de Hamza con el que Hamza apareció de repente después de ausentarse un rato, tomar más sabor y ser la exquisitez que era. Nunca en mi vida comí un cous-cous tan rico. La mamá de Hamza lo había guardado, como indica tradición, para regalárnoslo nosotros, que lo comimos una vez más al mejor estilo marroquí: en el piso de la casa de Njema, todos en ronda alrededor del plato gigante y con la mano.

Después de esa fiesta de sabores, emprendimos camino a la medina y ahí empezó otro capítulo. Para que se imaginen, la medina de Fez fue construída en el Siglo X, ahí se encuentra la universidad más antigua del mundo y es una de las cuatro ciudades imperiales de Marruecos.


Esa fue la tercer medina que conocimos en Marruecos y yo para esa altura ya había confirmado que tengo algo con las medinas, una conexión muy fuerte, algo que me une a ellas de manera inexplicable. Y esta no sería la excepción sino todo lo contrario.

La medina de Fez me resultó increíblemente auténtica y aunque era quizás la más grande de todas en las que estuvimos y podría parecer inabarcable, amé caminar por sus calles una y otra vez y jamás tuve miedo a perderme. Es curioso que a veces me cuesta mucho más orientarme en ciudades más “cuadradas” o en ciudades que conozco bien, como Buenos Aires, pero en las medinas, camino como si estuviera viendo un mapa invisible, como si ya hubiera caminado por ahí antes en otra vida y siempre, de alguna manera u otra, termino encontrando el camino.




Fez extra-muros, un hallazgo fuera de la medina
Y hablando de medinas, dejemos una cosa clara antes de seguir: en Marruecos, diría el 90% de las cosas interesantes para ver están dentro de las medinas (como pasa en la medina de Fez) o puede que ni siquiera “haya” algo en particular para ver, y que la propia medina sea la atracción (cosa que sentí en las medinas de Tetuán y de Chefchaoeun).
Ahora, lo bueno de estar con locales, es que seguro nos van a querer mostrar ese 10% secreto de su ciudad, sus tesoros, los lugares a donde no suelen llegar los viajeros, ya sea por falta de tiempo, de interés, por las distancias, o por puro desconocimiento.
Gracias a ese 10% y a nuestros amigos locales, descubrimos lugares como éste: una galería de murales al aire libre que habían sido pintados tres semanas atrás, y estaban alejados unos ocho kilómetros de la medina y un kilómetro de la casa de Njema, donde estábamos. Estos son algunos de los muchos murales que había, todos contando algo sobre Marruecos:
Lo que había imaginado de Marruecos versus la realidad: el color y el clima de Fez
Me resulta inevitable no tener una idea previa de un lugar o país antes de conocerlo, ya sea por haber visto fotos, leído relatos o escuchado historias. Todo eso conforma un imaginario que puede o no coincidir con lo que luego veo con mis propios ojos. Y dentro de ese imaginario, está el color (algo que además sentí que tenía mucha relevancia en Marruecos). ¿De qué color será tal o cuál lugar? ¿Es como lo había imaginado?
El color que desde hace mucho tiempo tenía en mi imaginario de Marruecos, estaba entre el marrón claro gastado y el terracota. No sé exactamente por qué, probablemente porque me recordaba el color de la arena del desierto, el color de sol, el color de los camellos.
Antes de llegar a Fez, habíamos estado en lugares blancos y verdes (Tetuán), en lugares azules (Chefchaouen) y en lugares verdes (Ouazzane).

Fez, fue el primer lugar de Marruecos de color marrón claro gastado, el primero que coincidía con mi idea de color previa, (erróneamente) asociaba a todo el país. Así que cuando llegamos a Fez, sentí que, de alguna manera, habíamos llegado a Marruecos.


Lo mismo me pasó con el clima. Tanto en Tetuán como en Chefchaouen, habíamos tenido días muy fríos y lluviosos, nada parecido a lo que me había imaginado de Marruecos, donde creía (de nuevo erróneamente) que todo era sol abrasador y calor agobiante. Tuve que viajar tres meses por Marruecos para comprobar que esto no era así, que no hace ese clima en todo Marruecos, pero sí en la primavera de Fez. Así que una vez más, cuando llegamos a Fez, sentí que habíamos llegado a Marruecos (o por lo menos a ese Marruecos que estaba en mi imaginario…)
El papel de los Riads (o los oasis de la medina de Fez)
Algo que me encanta de la arquitectura islámica y el diseño de las antiguas ciudades islámicas, las medinas, es la diversidad de la vida que ocurre puertas adentro y puertas afuera. Y en Fez, diría que esto resaltó de forma particular. La medina de Fez, no es calma y silenciosa como la de Chefchaouen, sino todo lo contrario: es agitada, enorme y tiene muchísima actividad que en general está acompañada de ruido y bullicio (y si, a pesar de todo eso ¡me encanta!).
Y ahí aparece el papel de los riads. Un riad es un típico pequeño palacio marroquí con jardín interior. En general, muchos se han convertido en hospedajes, restaurantes, teterías, cafeterías o todas las anteriores. Y tienen esa particular característica tan propia de la arquitectura islámica: muchas veces, uno no tiene idea de dónde están, o qué está pasando adentro, hasta que atraviesa la puerta.
Entonces es cuando ese carácter misterioso de la arquitectura islámica cobra sentido. Caminar entre el bullicio, los vendedores de absolutamente todo, los animales (vivos y muertos), la infinidad de gente, cruzar el umbral de una puerta sin tener la menor idea de lo que se esconde detrás y encontrarse con lugares como estos da la sensación de llegar a un oasis en medio del desierto, o en este caso, en medio de la medina.
Estas son algunas fotos de mi oasis preferido en la medina de Fez, el Medina Social Club, un lugar escondidísimo al que se llega después de perderse un rato entre callejones, un premio para exploradores, una obra de arte.


Este lugar, además de ser increíblemente hermoso y darme ganas de quedarme muchas horas, es muy especial para nosotros porque fue ahí donde comimos nuestro des-ayuno el primer día del mes de Ramadán, en el que decidimos probar esa esa experiencia tan importante para el mundo musulmán y tan novedosa para nosotros. Si quieren leer cómo fue nuestra experiencia ayunando, pueden leerlo haciendo click acá. Y si están pensando viajar a algún país musulmán y se preguntan cómo es el mes de Ramadán, pueden leer en esta guía algunos datos para viajar al mundo islámico durante Ramadán.
Agradecimiento especial
Gracias a Abdel, que desde Tetuán y con su infinita generosidad nos contactó con sus amigos de Fez y fue el comienzo de esta cadena de favores marroquí.
Gracias a Intrissar, que aún cuando por causas ajenas no pudo hospedarnos ella misma, se ocupó de buscarnos otro lugar para que nos quedemos, ¡y ni siquiera nos conocía!
Gracias a Njema, por abrirnos desinteresadamente las puertas de su nueva casa, tratarnos con una hospitalidad infinita y compartir cinco días de su vida con nosotros.
Gracias a Hamza y Zaid, por ser los mejores traductores que hubiéramos podido tener; por enseñarnos tanto sobre Marruecos y sobre Ramadán, algo que nos interesaba mucho; por mostrarnos y hacernos vivir un poquito de su cultura y sus costumbres; y por compartir con nosotros su ciudad, Fez, que siempre vamos a recordar como el lugar en Marruecos donde paramos unos días para hacer amigos.

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PostData 2: ¿cómo seguimos?
Si quieren leer sobre lo que siguió después de Fez, pueden hacer click en la foto de abajo para leer el siguiente posteo…