Ramadán, relato de nuestra experiencia ayunando

En este relato les cuento nuestra experiencia ayunando durante el mes de Ramadán, en Marruecos. Si quieren saber más, acerca de qué es el Ramadán y algunos consejos para viajar a países musulmanes durante este mes, pueden leerlo en la guía que escribí sobre el tema, haciendo click acá. Aclarado esto, vamos con el relato:

Cuando me enteré que un tercio de nuestro viaje por Marruecos coincidiría con el mes de Ramadán sabía poco sobre el tema, pero me sonó a una gran oportunidad para vivir un momento tan especial para el Islam, estando en un país musulmán. No somos musulmanes, pero si somos exploradores del mundo, y como tales nos gusta conocer y experimentar hasta las culturas y creencias más lejanas a nuestras realidades. Eso nos ayuda a entender un poquito más el mundo.

Llegamos a Marruecos cuando faltaban sólo dos semanas para comienzo del mes santo y a medida que pasaban los días la palabra “Ramadán” se escuchaba con más y más frecuencia.

Yo estaba fascinada, quería escuchar todo lo que podía, tomar notas, comparar opiniones de unos y de otros. Era un mundo nuevo para mí y tenía mucho entusiasmo por descubrirlo. Me parecía increíble como la fé podía lograr semejante esfuerzo y estaba ansiosa por ver cómo lo vivía la gente, qué significaba para ellos.

Con Omar no sabíamos cuándo ni cómo pero sabíamos que queríamos probarlo, por lo menos un día, para ver de qué se trataba, sentíamos que sólo así podríamos cerrar el círculo y completar la experiencia.

Llegamos a Fez los días previos al comienzo de Ramadán y nos alojamos en casa de Niema, una amiga de Intrissar, que a su vez era de amiga de Abdel, quien nos había hospedado por couch-surfing en Tetuán (experiencia que pueden leer haciendo click acá). Niema no hablaba nada de inglés y nosotros no hablábamos árabe ni francés, por lo que durante casi toda nuestra estadía de cinco días en su casa, también estuvieron presentes sus amigos Hamza y Yazid, que hablaban perfecto inglés y fueron nuestros traductores, guías turísticos y amigos (¡aunque por la edad que tenían, también podrían haber sido nuestros hijos!). Con ellos pasamos los días en Fez, esperando la llegada del Ramadán y aprendiendo muchísimo sobre el tema.  

La noche anterior Niema, que casi no nos hablaba si no era por medio de sus amigos-traductores, nos preguntó en inglés “are you going to fast tomorrow?” (“¿van a ayunar mañana?”). Habíamos pensado que queríamos probar lo del ayuno durante el mes de Ramadán, pero no habíamos decidido qué día lo haríamos y ahora nos estaban preguntando si queríamos hacerlo mañana, así nomás, ¡mañana! Nos miramos con Omar y él dijo “¡si!, ¿por qué no?” y me dí cuenta de que ¡si!, el comienzo sonaba como un buen momento para probarlo y también el hecho de hacerlo acompañados de nuestros recientes y jóvenes amigos y así poder compartir la experiencia con ellos. Dijimos que Niema que si, que ayunaríamos el día siguiente, comimos y tomamos toda el agua que pudimos y nos fuimos a dormir.

Claro que nunca jamás había hecho nada similar en mi vida. Lo más parecido había sido ayuno de doce horas previo a sacarme sangre, pero claro, eso es durante la noche, ¡mientras estás durmiendo! Ahora había que estar todo el día despierto, con treinta grados de temperatura y con la consciencia de tener hambre y sed. Recuerdo la sensación que siempre tenía antes de sacarme sangre, me preguntaba si por casualidad no me habría despertado a la noche y comido o tomado algo, por error, sin darme cuenta y así arruinado el ayuno. Ahora me preguntaba cómo sería estando despierta, ¿sería posible que pudiera “olvidarme” por un segundo del ayuno y tomar o comer algo por error? Esperaba que no, porque sino todo el esfuerzo del día quedaría arruinado y tendría que empezar de nuevo al día siguiente.

Nos despertamos a las 9 de la mañana, con calor y sed. Primer impulso a reprimir: nada de agua. El hambre por suerte todavía no había aparecido. Habíamos planeado tener un día bastante sedentario, con poco esfuerzo físico, para no gastar demasiada energía. Así pasamos varias horas dibujando, traduciendo, editando fotos, escribiendo. El tiempo volaba y, a la vez, era sorprendente la cantidad de “tiempo extra” que había. Todas las horas que cada día usábamos en comprar los ingredientes, preparar el desayuno, el almuerzo y la merienda ahora estaban libres y eso era toda una novedad para nosotros, que pasamos bastante tiempo cocinando.

El tiempo pasaba sorprendemente rápido. De vez en cuando pensábamos en comer o en tomar algo, pero no era nada comparado con lo que imaginábamos que sería. No nos estaba resultando tan difícil. Normalmente jamás nos salteamos una comida, y ahora habíamos salteado el desayuno, el almuerzo, sin siquiera tomar una gota y ahí estábamos. Era sorprendente. También era sorprendente el poco “hambre” que teníamos. Creo que muchas otras veces en mi vida sentí más hambre que aquel día ayunando, aún en días en los que había comido hacía pocas horas. Más descubrimientos: por un lado, la sensación que confundimos con hambre (muchas veces) es psicológica y por otro lado, la mente es muy poderosa. Como sabíamos que había que esperar a la puesta del sol para comer y beber, como estábamos mentalmente preparados para eso, esa sensación de “hambre” se volvía mucho más manejable y casi no nos molestaba (este es, uno de los objetivos fundamentales del ayuno durante el Ramadán, ejercitar el auto-control).

Un par de horas antes de la puesta del sol, abandonamos la comodidad de la vida sedentaria y nos subimos a un taxi con destino a la medida de Fez, que quedaba a unos siete kilómetros de casa. Una vez en la medina, caminamos más o menos un kilómetro, a paso muy lento y con mucho esfuerzo, buscando la fuente Nejjarine, una de las más hermosas de Fez, donde íbamos a grabar unos clips para nuestro video sobre el Ramadán. La sensación de hambre había quedado atrás, ahora que estábamos caminando y en la calle, lo que se notaba era la falta de energía, el cansancio.

La fuente Nejjarine en la medina de Fez, que nos sirvió de escenario mientras ayunábamos

Una vez que terminamos de grabar lo que necesitábamos, todavía nos faltaban casi dos horas para el momento de la ruptura del ayuno, que aún no sabíamos dónde íbamos a hacer, porque estábamos esperando instrucciones de nuestra anfitriona para hacerlo juntos. Ahí sí que no sabíamos qué hacer. Hacía demasiado calor para pasar dos horas en la calle, estábamos cansados y necesitábamos un lugar donde estar durante ese tiempo. Estábamos listos para volver a la vida sedentaria y refugiarnos en algún lado, pero no podíamos hacer lo que normalmente haríamos en esa situación que es “ir a tomar algo”, porque justamente, no podíamos “tomar” nada.

Así se nos ocurrió ir a un lugar que amábamos de la medina, el Medina Social Club, un antiguo Riad (pequeño palacio tradicional marroquí con patio o jardín interior) convertido en restaurante / bar / hostel, pedir algo para tomar, tenerlo enfrente durante dos horas y tomarlo cuando fuera el momento, cuando se ponga el sol. Parecía la solución perfecta, no podía fallar.

Cuando llegamos, nos atendió una chica musulmana, que por supuesto estaba ayunando. Nos trajo la carta y por algún motivo, le contamos nuestro plan maestro: estábamos ayunando y queríamos comprar alguna bebida sólo para poder estar en el lugar, pero en realidad no lo íbamos a tomar hasta la puesta de sol, hasta la hora del iftar (que significa “des-ayuno”).

Su primera reacción, acompañada de una expresión de sorpresa, fue preguntarnos si éramos musulmanes, lo cual era bastante lógico teniendo en cuenta que no lo parecemos ni tampoco llevábamos vestimenta típica. Le dijimos que no, pero que de todos modos estábamos ayunando porque queríamos vivir en primera persona la experiencia del Ramadán y compartir este día tan especial en aquel entorno donde estábamos. Nuestra respuesta le pareció tan increíble que no podía contener su alegría. Nos felicitó y nos agradeció inmensa y sinceramente por lo que estábamos haciendo. También nos preguntó si nos sentíamos bien y nos dejó quedarnos en el lugar, sin comprar nada, por el tiempo que quisiéramos hasta que definieramos nuestros planes.

Un rato después nos dijo que ellos también servían el iftar ahí, así que ese fue el lugar elegido, donde nos habían tratado tan bien desde que entramos, y donde pasamos nuestras dos últimas horas de ayuno, divididas entre el patio del lugar, en el cual podría pasar una eternidad sólo escuchando el ruido del agua corriendo en la fuente; y la terraza, con unas vistas doradas del atardecer sobre la medina de Fez.  

Uno de mis patios favoritos de Fez
Y una de mis terrazas favoritas, desde la que se ve esto

En la mayoría de las ciudades o pueblos de Marruecos (y de todo el mundo islámico), el momento de romper el ayuno es anunciado por el llamado a la oración, cosa que nos sigue poniendo la piel de gallina como la primera vez, aún después de haberlo escuchado ya tantas veces. Pero tuvimos la enorme suerte de vivir el primer día de Ramadán en Fez, donde justo antes del llamado a la oración se escucha algo como un estruendo, una especie de cañonazo que anuncia que ya es el momento de comer. Tuve la enorme fortuna de estar en la terraza de la Medina Social Club, cuando en medio del más profundo silencio de una medina expectante, sonó el cañonazo y un segundo después comenzó el llamado a la oración y con él, la medina volvió a respirar, a vivir.

El des-ayuno que nos sirvieron fue realmente espectacular e increíblemente abundante (¿o lo parecía después de tantas horas sin comer?). Dátiles, leche, licuado multifruta, huevos hervidos al comino, harira (sopa típica de vegetales), bissara (sopa típica de porotos), empanadas de ricota y puerros, crepes marroquíes, mermelada, queso untable. Dulce, salado, todo mezclado, ya no había reglas, había empezado la fiesta, habían empezado las noches de Ramadán en Marruecos…

Des-ayuno para dos, en la medina de Fez


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