En nuestro paso por España, visitamos Córdoba, una ciudad de la que no sabíamos casi nada antes de llegar, que no está dentro de las grandes capitales mundiales del turismo y no tiene la fama de otras ciudades de España, como Madrid o Barcelona. Por esto, a veces no aparece en la lista de los viajeros o aparece simplemente durante uno o dos días. Pero cuando llegamos a Córdoba nos enamoramos de esta ciudad blanca y ocre al instante y estábamos más que felices de saber que íbamos a estar ahí durante dieciséis días. ¿Cómo sabíamos con anticipación cuántos días íbamos a estar? Porque teníamos un acuerdo para hacer trabajo voluntario que conseguimos a través de la plataforma Workaway.

Como llegamos unos días antes de la fecha que habíamos acordado para comenzar nuestro trabajo, los primeros tres días estuvimos alojados por nuestra cuenta en una casa por Airbnb. Este fue nuestro primer contacto con los patios cordobeses, que son el mayor atractivo de Córdoba y me vuelven loca.

Durante esos primeros días hicimos vida “de turistas” pero en modo muy tranquilo, porque sabíamos que todavía teníamos muchos días por delante para explorar la ciudad a fuego lento. Entre otras cosas, visitamos la Mezquita-Catedral de Córdoba:
Cuando llegó el cuarto día nos mudamos al nuevo lugar, donde íbamos a alojarnos gratis a cambio de trabajar quince horas por semana. Había muchas preguntas que estaban en el aire antes de llegar, muchas cosas que no sabíamos: ¿cómo será el lugar? ¿nos gustará? ¿habrá otros voluntarios? ¿qué trabajo tendremos que hacer? Todas las cuales se fueron respondiendo poco a poco.
La casa que nos encontramos era muy interesante, enorme y tenía muchísimo potencial. También era muy antigua, del siglo XIII, construída sobre bases romanas, como la mayoría de las casas del casco histórico de Córdoba. Esto hacía que necesitara mucho mantenimiento constantemente. Y ahí entrábamos nosotros: nuestro trabajo iba a ser mayormente pintar y algo mínimo de limpieza de los departamentos que se alquilaban dentro de la casa, que también era una casa-patio. Acá les dejo un pequeño texto que escribí en aquel momento, sobre lo que significó para mí vivir en una casa-patio:
Una de las cosas que más me gusta de viajar, es poder entender / sentir / vivir como vive la gente de cada lugar a donde voy. Por eso me está encantando este viaje-vida, que a diferencia de otros viajes anteriores, está siendo muy lento y propicio para generar estas experiencias.
Sin saberlo previamente (como casi todo en este viaje) llegamos a esta auténtica casa-patio cordobesa en la que vivimos 13 días. Al principio fue extraño, pero rápidamente fue tomando sabor y aprendí a disfrutar cada instancia de esta forma de vida diferente.
Omar definió el vivir en una casa-patio como un híbrido entre estar de camping y vivir en una casa “convencional”. Y creo que es una definición bastante acertada.
Vivir en una casa patio significa vivenciar cada estado del clima de manera muy profunda, porque la mayoría de la vida transcurre en el exterior: los desayunos helados de la mañana, buscando que los primeros rayos de sol nos den en la cara para que ese frío tremendo sea más leve; los almuerzos bajo un sol muy fuerte y unas temperaturas tan altas que me siguen sorprendiendo; las cenas igualmente heladas que el desayuno y el ciclo climático que vuelve a empezar.
Vivir en una casa-patio muy grande, como esta, hace que cada movimiento cuente, eso significa pensar muy bien qué llevar en cada viaje de la habitación a la cocina, del interior al exterior, del pseudo-calor, al frío, o viceversa, según el momento del día.
Vivir en una casa-patio, significa reprimir el primer impulso natural cuando uno llega de la calle a una casa, que es, sacarse la campera. Acá la campera sigue puesta y el patio, sigue siendo un pedacito de calle, un pedacito de cielo, que se escurre dentro de la casa.
Acá algunas imágenes del patio de nuestra casa:
Y acá Omar en plena jornada de trabajo y a la derecha la habitación recién pintada.
Con respecto a lo que ganábamos a cambio: teníamos una habitación privada para nosotros y una cocina semi cubierta compartida entre todos los voluntarios, que también terminó siendo sólo para nosotros porque el tercer voluntario, Marco, un brasileño de veintiún años, nunca jamás aparecía por ahí. El primer día me costó un poco hacerme a la idea de la cocina al aire libre, sobre todo por el frío de las mañanas y las noches, pero rápidamente y con mucho abrigo me fui acostumbrando y pasamos grandes momentos ahí.
El horario de trabajo era muy flexible, normalmente lo arreglábamos el día anterior con Carola, la dueña de la casa, una alemana que vive en Córdoba hace más de treinta años. También era muy bueno que una vez finalizado nuestro horario, el cual era respetado con puntualidad estricta, éramos totalmente libres para hacer lo que quisiéramos hasta el siguiente día laboral.
Esta flexibilidad por un lado y rigurosidad por el otro, era excelente para nuestros planes y pudimos acomodar nuestros horarios como quisimos. Así, en lugar de trabajar tres horas de lunes a viernes, trabajamos más horas algunos días y fabricamos… ¡un lunes feriado, un fin de semana largo! (si, los feriados siguen siendo lo más, también estando de viaje). Entre otras cosas, ese “fin de semana largo” visitamos la Medina Azahara, que se encuentra a ocho kilómetros de la ciudad:
Durante nuestros días en Córdoba, aún trabajando, tuvimos tiempo de recorrer muchísimo la ciudad, cosa que haría una y mil veces, de manera lenta y sin apuros, como más nos gusta. También tuvimos tiempo de trabajar mucho en nuestros proyectos, escribiendo, editando fotos, dibujando, etc. Acá les dejo algunos post de Instagram que escribí durante aquellos días:
- La historia de mis zapatos de trekking
- Llegamos a Córdoba casi por casualidad
- Describí tu día en cuatro escenas (disparador para escribir de Lynda Barry)
- En Córdoba invertimos los papeles
- El día que llovió en Córdoba
- Patios de Córdoba
- Exploración sincronizada: edición Córdoba
También tuvimos la oportunidad de generar rutinas, que tanto necesitamos y tanto nos gustan. Pudimos sentirnos en casa. El estar dos semanas en un mismo lugar, nos permitió hacer compras a más largo plazo y cocinar cosas riquísimas, tanto que Neil, el albañil inglés que también trabaja en la casa, solía mirar con muchas ganas nuestros almuerzos y decirnos qué buena pinta tenía la comida, que nada tenía que ver con lo que normalmente comen los voluntarios. Algunas de las cosas más ricas que comimos ahí fueron tortilla de papas y cous cous de vegetales.
Para despedirnos, una noche Carola nos invitó a compartir un vino y unas tapas en el patio. Fue muy interesante escuchar sus historias y cómo había llegado hasta ahí. Al día siguiente, para el almuerzo, nosotros cocinamos una pasta con salsa de vegetales que compartimos en un almuerzo con ella y con Neil. ¡Qué bueno haber conocido gente tan linda durante esta experiencia! El día de nuestra partida Carola nos despidió con un fuerte abrazo y nos dejó las puertas de su casa abiertas, para cualquier momento en que quisiéramos volver a Córdoba.
Tuvimos mucha suerte de haber tenido una primera experiencia tan buena en el campo del trabajo voluntario y seguimos camino con la sensación de que es una gran opción para ahorrar en alojamiento, viajar lento e involucrarse profundamente con la cultura local, sobre todo viajes largos, como el nuestro.
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PostData 2: ¿quieren más información práctica sobre viajar lento y con bajo presupuesto?
Pueden encontrar datos e información práctica sobre este tema en este posteo:
MARAVILLOSO RELATO! Al leerlo y ver las fotos más ganas dan de estar ahi y recorrerla sin prisas. Seguro será en nuestro proximo viaje,Buenisima opción el hospedaje en una “casa patio”. Nosotros tuvimos una experiancia parecida en nuestro hospedaje en Tilcara en la Quebrada de Humahuaca, El lugar se llama Patio Alto, y fue inolvidable,