Tomar un sauna fue sin duda mi actividad favorita en Finlandia, donde es casi una religión. Para que se imaginen, en Finlandia viven cinco millones de personas y, según estadísticas oficiales, hay entre dos y tres millones de saunas. Los números hablan por sí solos, ¿no?
Desde la antigüedad, el sauna ocupa un lugar sagrado en la vida de los finlandeses, ligado a la vida y la muerte. Ahí sucedían los nacimientos y también ahí se lavaban los cuerpos de los difuntos y eran preparados para el funeral. Con el paso de los años, si bien estos rituales ya no suceden ahí, el sauna sigue conservando su carácter sagrado.
Para los finlandeses es normal ir al sauna entre una y tres veces por semanas, solos, con amigos o en familia. Como yo estaba de paso, tuve que aumentar ese promedio para aprovechar mis días por Finlandia y fui a trece saunas diferentes en un mes.
La mayoría de los saunas suelen estar al lado de un lago, aprovechando que en Finlandia hay muchos, exactamente 187.888. El ritual incluye estar unos cinco, diez, quince o los minutos que cada uno quiera / aguante adentro del sauna, a una temperatura de entre 60 y 100 grados, luego darse un chapuzón en el lago, y repetir ese ciclo la cantidad de veces que cada uno quiera.

El ritual del sauna incluye también el vihtominen, que consiste en darse golpecitos en el cuerpo con un ramo de hojas de abedul. Esto aumenta la circulación sanguínea, da mayor sensación de calor y genera un aroma riquísimo y fresco en todo el ambiente del sauna.

También el sauna está asociado a un momento de relajación, de limpieza, de purificación del alma y del cuerpo. Por esto, después de tomar varios turnos de sauna viene el momento de bañarse que es un paso muy importante del ritual. Para esto, muchos saunas públicos suelen tener un sector de duchas. En los saunas privados y sobre todo en aquellos que están en casas de campo, se suele hacer a la manera antigua, usando baldes y mezclando agua fría, idealmente de algún lago cercano y agua caliente, calentada con la misma estufa que contiene las piedras calientes del sauna, a las que se les va echando agua de vez en cuando, tan seguido como tanto calor se desee.
La cultura del sauna en Finlandia es algo más que típico, es algo que los define, y estaba muy arriba en la lista de las cosas que quería probar en Finlandia. La primera vez que fuimos con Omar a un sauna público en Rauhaniemi (que significa península de paz), cuando estábamos llegando, con el abrigo correspondiente a aquel día de “verano” de 13 o 14 grados de temperatura, no podía creer lo que estaba viendo: gente en malla al aire libre, como si nada ¡con ese frío! y, lo que era todavía más increíble, gente bañándose en el lago que, ya se podrán imaginar, que muy calentito que digamos no estaba…
Cuando entramos al sauna propiamente dicho y sentí por primera vez ese calor que jamás antes había sentido me sorprendió que la sensación que tuve se parezca un poco al frío. Todavía no puedo explicar por qué, pero hasta se me puso la piel de gallina. Aquella primera vez no tuve el valor de meterme al lago pero ya habría tiempo para eso.
La segunda vez fue en un tipo de sauna que incluso muchos finlandeses no tuvieron la suerte de probar, ¡un sauna de humo! Esta es la más antigua y tradicional forma de sauna finlandesa y en la actualidad, lamentablemente, quedan muy pocas. La diferencia del sauna de humo y aquellas calentadas en forma contínua con leña, gas oil o electricidad, es que la primera se debe calentar previamente a entrar y de una sola vez, durante unas seis o siete horas. Durante ese tiempo el sauna está cerrado y se llena de humo (de ahí el nombre, claro). Una vez que las piedras están calientes, se abren las puertas y ventanas y se deja salir el humo pero se conserva el calor, que dura muchas horas. Por esto el sauna de humo es tan especial, porque para que suceda se necesita un ritual aún mayor que en todos los demás casos y la recompensa a esa dedicación es un olor a madera ahumada delicioso y un calor muy diferente a los demás, más suave, hecho a fuego lento…
Tuvimos la enorme fortuna de probar este tipo de sauna en Suodenniemi (que significa península de pantanos), en un sauna de más de cien años de antiguedad. Esto formaba parte de una jornada de trabajo comunitario en una finca-museo en el bosque, que incluía comidas riquísimas, yoga, meditación y por supuesto, ¡sauna! Esta segunda vez (que fue tan o más genial que la primera) me sirvió para entender el sentido del sauna y su relación con la desnudez. En los saunas públicos, como el primero que fuimos, suelen tener diferentes sistemas: si hombres y mujeres van juntos a un mismo espacio, se usa malla (este fue el caso de mi primera vez) y si existen espacios separados para hombres y mujeres se puede entrar desnudo, que es lo que hace la mayoría de la gente. Éste sauna, como formaba parte de un evento privado, tenía sus propias reglas y hubo turnos, primero fueron los hombres, desnudos y luego fuimos las mujeres, desnudas. Tengo que confesar que al principio estaba un poco horrorizada. Recuerdo que cuando terminó el turno de los hombres y las mujeres nos fuimos acercando al sauna lo ví a Omar a lo lejos desnudo y fue rarísimo. Me costaba entender que algo que era parte de nuestra más profunda intimidad de golpe era público y compartido con todos. Y ahí está el punto. Con el tiempo entendí que la desnudez era simplemente una expresión más de aquella sociedad que me conquistó por su humildad y equidad: desnudos, libres de estilos, colores, marcas, y todo aquello que nos define como integrantes de determinados grupos sociales, si sacamos todo eso, somos todos iguales.

Ese día también probé el famoso chapuzón en el lago después del sauna. En aquel momento, la única forma que encontré para hacerlo fue apagando el cerebro, había que saltar sin pensar demasiado y nada más. Caminé desnuda por el muelle de madera junto con las otras mujeres y chau, salté. La sensación fue como de pequeñísimas agujas que se me clavaban en todo el cuerpo. Frío, frío y más frío. Creo que no duré más de un minuto en el agua. Pero cuando salí… ohh, eso sí que era bueno, después de mucho calor y mucho frío, la sensación era la de estar en el más perfecto equilibrio.

Hasta ese momento siempre Omar me había llevado a sus saunas preferidos, pero en nuestro paso por Helsinki, invertimos los roles y yo lo llevé a él. Así conocimos Löyly, que toma su nombre del vapor que se genera cuando se tira agua a las piedras calientes. No me acuerdo cómo yo conocía su existencia pero sabía que en Helsinki había un sauna increíble que quería conocer. Éste, al revés que el anterior, era moderno, público y una excelente opción para tomar un sauna de humo. Y, si bien es moderno, el ambiente oscuro y ahumado del tradicional sauna de humo está increíblemente bien logrado y merece mucho la pena probarlo. Además tiene bar, restaurante, y unas terrazas soberbias sobre el mar Báltico, donde también se puede nadar después de un rato de entrada en calor en el sauna. A esto sí que no me animé. Recordaba el nombre mar Báltico de las clases de geografía de la escuela y desde aquel momento me había quedado asociado al frío, una asociación que había resultado ser bastante acertada.



Otro de mis saunas favoritos en Finlandia es la de Rajaportti, en Pispala, Tampere. Este es el sauna público más antiguo de Finlandia que aún sigue en funcionamiento. Se calienta de forma tradicional, con troncos de leña enormes, de un metro de largo y treinta centímetros de diámetro. Tiene sectores separados para hombres y mujeres, por lo que cada uno entra a su sector desnudo. Este fue para nosotros el sauna del barrio, el lugar de reunión, de encuentro con los amigos, donde tomamos algo entre sesión y sesión, mientras mirábamos el cielo todavía claro de una noche de verano que aún siendo casi las diez de la noche seguía muy iluminada…

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